Hoy que la estación acompaña, hoy que la melancolía va de la mano del dolor, como un acto reflejo he recordado algo que me tuvo todo el día sonriendo...
Nunca pensé que un músico callejero... o mejor dicho, que un músico sub-urbano me podría aliviar tanto. Muchos asociamos a esos instrumentistas más o menos cualificados en dotes interpretativas que piden unas monedas en el tren, el metro... a un estruendo desafinado que dificultarán nuestra conversación por el teléfono, distraerán en nuestra partida on-line, o bien colaborarán a no olvidar el dolor de muelas que nos acompaña... yo el primero! El caso más tremendo que recuerdo fue el de una "flautista" punki que decidió deleitar al pasaje en el Ferrocarril que me llevaba a casa. La poseedora del instrumento de viento llevaba cara de, o bien haber estado practicando tanto que llevaba semanas sin dormir, o de llevar encima un colocón importante de sustancias indeterminadas. En un momento del trayecto decidió levantarse, desenfundar su flauta y empezar a soplar con la delicadeza con la que lo haría si ella fuese la conductora del convoy y estuviese siendo sometida a un control de alcoholemia. Tras 2 sonidos (que no notas), en un traqueteo del vagón, salió despedida hacia atrás, volviendo a sentarse. La sacudida no fue especialmente fuerte, por lo menos no tanto como la que llevaba encima. La chica quedó perpleja... bueno... abrió la boca un poco sin cambiar la cara, cosa que deduzco era fruto de la perplejidad... Se podían escuchar sus pensamientos... "yo no estaba de pie?" parecía decir sin palabras. Tras unos breves instantes de autocrítica y reflexión, volvió a guardar su flauta sin hacer amago de reemprender el concierto ni de pedir moneda alguna. Imaginaos el estado que llevaba para desistir!
Pero el concierto móvil al que me refiero en el titular no es éste... Fue un mediodía en el metro de Barcelona. Volvía de comer de casa de mi madre hacia el almacén para emprender mi jornada de tarde. Vi a un chico alto, moreno de pelo y piel al que alegremente adjudicaríamos la nacionalidad Rumana. Llevaba una funda de violín y un altavoz muy pequeño. No pensé que iba a tocar, ni bien ni mal. Tenía el aspecto de venir de hacer alguna clase, o de practicar con alguien...
No dijo nada... ni el Señoras y Señores de rigor... Empecé a escuchar unas notas de cuerda. Sonaban muy bien y pensé en un hilo musical del metro... pero no, sonaban demasiado bien para proceder de los machacados altavoces del vagón. Eran unos sonidos muy sutiles, rápidos y apagados... Miré hacia el chico del violín y estaba ahí, con el instrumento en posición y rascando suave y brevemente las cuerdas. Ya había reconocido las notas. Eran las iniciales de El Invierno, de Las Cuatro Estaciones de Vivaldi. Estaba empezando mi parte favorita de la magistral pieza. Lo primero que pensé es que no pensaba que esa sección se tocase así... con los dedos y no con el arco... por lo menos así lo estaba haciendo. Me percaté entonces de que por el altavoz sonaba una grabación con unas de las líneas de cuerda, pero dejando la principal al más riguroso directo.
Al acabar la inquietante introducción yo sabía que la cosa no era fácil. Seguro conocéis la pieza aunque no sepáis el título. Clicad en el enlace de arriba y me daréis la razón. Lo que estaba por venir tiene mucha complejidad. No es una de esas piezas que te permite calentar durante la misma y por favor! Como la tocaba! Su cara era la misma que cuando entró al vagón. Él estaba allí físicamente, pero su mente estaba en plena tormenta de nieve. Durante los poco más de 3 minutos que duró la interpretación todo el vagón estuvo en absoluto silencio. Fue algo mágico. La gente se acercaba sutilmente hacia donde estaba el intérprete, como si de modo accidental tuviesen que salir por la puerta más cercada a donde se encontraba. Su interpretación era magnífica, pero no perfecta. Claro, intentad tocar lo que sea en un vagón de metro, pero no era sólo el traqueteo. Habían algunas notas que variaban pero que no desafinaban. Pensé si sería alguna variación propia. Aquella "imperfección" hacía aun más mágica su manera de tocar. Si escucháis la pieza interpretada por los músicos profesionales de turno uno no cae en la complejidad que comporta. Esa es la magia del directo. Es cuando te das cuenta de lo difícil de hacer sonar lo que normalmente escuchar a través de unos altavoces o de unos auriculares. Si, esa "imperfección" hablaba por si sola, de humanidad, de las horas y horas y más horas que debía haber empleado en practicar. Empatizabas con él. No era ese músico perfecto que tiene tanta facilidad que da la sensación de que nació inscribiéndose en quinto curso del conservatorio en lugar de en el registro civil... y quiero remarcar el entrecomillado de esa supuesta imperfección.
Estaba disfrutando mucho. Además no tenía miedo de tener que bajar antes de acabar la pieza. En ese caso tampoco me hubiese importado hacer alguna parada de más. Cuando acabaron esos 200 minutos de magia musical el pasaje rompió en aplausos, y no en esos tímidos que se dan para romper el hielo si no en una sonora ovación. El chico no se movió a pedir monedas, pero aceptaba las que la gente le daba. Yo no fui una excepción, y además de algo de dinero, le di las gracias por aquel momento.
Me pasé la tarde en el trabajo repitiendo y repitiendo aquella música y viendo al intérprete como si recordase un videoclip. Estaba feliz y tranquilo. Era extraño, de las pocas veces que me encuentro en paz durante semanas. Al llegar a casa fue de lo primero que le expliqué a mi mujer, así como de que ojalá volviese a localizarle en otro viaje suburbano.
Al cabo de algunos meses tuve la suerte de volverle a ver y disfrutar. Lógicamente lo especial de la sorpresa de la primera vez no estaba pero tampoco me amargó el mini concierto... Solamente le volví a localizar una vez más, esta vez preparándose para tocar en un túnel de enlace junto con otro músico...
Años después, dirigiéndome al trabajo y escuchando en la radio un programa matutino que amenizaba mis caravanas y trayectos de 35 kms de ida hacia el nuevo almacén me llevé una sorpresa. El locutor principal pidió atención para que escuchásemos una grabación echa con teléfono móvil. Al segundo ya no necesitaba que explicase nada más. Alguien había gravado al violinista en otro trayecto de metro y lo había hecho llegar al programa. El equipo estaba sorprendidísimo de lo que sonaba y se propuso localizar al interprete. Aun no había llegado al trabajo y un oyente telefoneó dando más datos... A los pocos días anunciaron que le habían encontrado y que habían gravado una breve entrevista con él, pero por horario ya no pude escucharla... así que me quedé con la incógnita de saber qué hacía una persona de su talento limitándose a alegrar a los malhumorados usuarios del metro de Barcelona y de comparar la película sobre su vida que me hice durante aquellos 3 minutos y poco y la tarde que le siguió.
Ciertamente el escribir sobre esto me ha hecho revivir ese trayecto en transporte público, y lo más importante, la paz que me transmitió a base de semicorcheas invernales. Con los copos de nieve cayendo los dolores físicos se hacen más llevaderos. Ojalá le pudiese volver a dar las gracias...
Acabo de buscar en YouTube y como era de esperar aparece en varias grabaciones. Os dejo aquí una muy breve interpretando otra pieza.
¡¡Que pasada el tío cómo toca!! He visto un par de vídeos y no me extraña que os sacase los aplausos, aunque fuera en pleno Metro... Yo he presenciado alguna vez, durante mis trayectos y paseos por Madrid, alguna muestra de talento similar, pero fue precisamente en Barcelona, hace un montón de años, donde Fani y yo nos quedamos descolocadísimos con un tipo que le sacaba nos sonidos maravillosos a una especie de OVNI metálico que no sabíamos ni que era; por supuesto le preguntamos al intérprete y nos enseñó que el instrumento en cuestión era un hang drum: una especie de tambor melódico que se toca con las manos y que nos dejó, como digo, alucinados: https://www.youtube.com/watch?v=GBiVq2MsCbs
ResponderEliminarEn cuanto a tu violinista, yo me inclino por pensar que formó parte de la filarmónica de Moscú o Budapest (si que tiene pinta de ser del este) y que tuvo que dejarlo por, qué sé yo, una oscura historia de amor, ahora se ve abocado a vagar por el mundo ganándose la vida de ciudad en ciudad... Aunque seguramente la verdad sea más prosaica, ¿no?
Un abrazo!!! Wassail!!!
No sabes como pensé en la sección de tu blog en la que pones vida a las canciones e inventas una historia paralela al escucharlas, pues cierto es que creé una historia para aquel violinista. Lástima que no pude escuchar la entrevista que le hicieron por la radio. Encontré una en La Vanguardia en la cual hablaban con un violinista del mismo metro pero al llegar a la mitad vi que por la edad no era posible, pues el entrevistado rondaba los 60. Si! Conozco el OVNI sonoro! Tiene una sonoridad que particularmente me gusta mucho y es alucinante como lo exprimen!
ResponderEliminarUn abrazo! Wassail!